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BLOG DE LA FLACA

Viajar sola

Viajar sola La primera vez que me subí a un avión fue a los treinta. Acababa de quedar desempleada y al llegar a casa, con una cara muy larga de preocupación y a la vez, de alivio miro a mi novio de esa época, que tenía una filosofía de vida totalmente opuesta a la que yo tenía en ese momento, no podía estar más feliz porque podíamos irnos del país sin presión por el regreso y sin pensarlo dos veces me convence y ya teníamos dos pasajes a Río de Janeiro comprados, solo de ida.

Hacemos apurados una mochila cada uno y nos vamos al aeropuerto sin más porque el vuelo era en tres horas.
Fue curioso todo. No teníamos hotel ni nadie conocido a donde llegar, bajamos del avión de madrugada y el calor húmedo nos pegaba la ropa al cuerpo.
Dormimos una noche en un bed and breakfast que encontramos, en un camarote con unos gringos y unos alemanes.
A las cinco de la mañana ya había sol y un calor insoportable, nos levantamos, nos duchamos y nos fuimos a buscar un café y un hotel. Finalmente, arrendamos un departamento a los pies del cerro, a seis cuadras de Copacabana. Hermoso, con escalera de mármol y un bonito balcón.
Fue el mejor viaje de mi vida, fui tan feliz y me sentía tan llena de vida y de sueños. Casi no regresamos a Chile.

Pero nada, llego la quincena de Noviembre y quisimos regresar y no salió nada mal porque llegando encontré de inmediato un nuevo trabajo y fue así que sin querer ya tenía la experiencia que necesitaba para no temerle al avión ni a ir a lugares desconocidos sin un itinerario fijo.

Me pasé los siguientes doce años de trabajo y de vida arriba de un avión. Conocí casi todo mi país, el resto del continente, el otro hemisferio. Todas las veces al regresar a casa, dormía y me despertaba a veces confundida de no saber si estaba en mi casa o en un hotel.

En ese tiempo fue que me separé y entre tanto viaje e incluso cambio de trabajo, se me hizo menos dolorosa su ausencia, pues básicamente no tenía tiempo de acordarme de ella.

Poco a poco, se me hizo cada vez más habitual estar en cualquier parte, viajar para mi no tiene el glamour que puede tener para otras personas. Lo hice parte de mi.
Me resulta en verdad muy cómodo llegar a lugares desconocidos, tratar con gente anónima, el idioma me resultó cada vez más irrelevante.

A veces eran las cuatro de la tarde y ya era noche, a veces eran las 3 de la mañana y ya era de día, relámpagos, lluvia torrencial o incluso nieve y en realidad solo extrañaba el sol que deje atrás y un horario regular.

Que tiene esto que ver? Solo un deja VU y esas asociaciones que la mente hace sin proponérselo.

Hace dos meses tuve un accidente y me operaron el tobillo.
Al principio, días de muchísimo dolor y de rabia por el accidente y de mucha vulnerabilidad frente a esa circunstancia, me acompañó gente que con el pasar de los días, simplemente cedieron espacio a mi necesidad de validación. No me siento culpable y tampoco es arrogancia. Es que simplemente me acostumbre a resolver sola. Y a veces la gente quiere ayudar pero en realidad, mantienen el control y entorpecen al otro. Eso ya no es para mi y dándome cuenta de eso, solté amarras. Fue lo mejor.
Desde eso y pese mi condición actual ( silla de ruedas, bota ortopédica, prohibición de ponerme de pie y limitaciones físicas temporales de todo tipo ) me siento curiosamente más liviana y feliz. Me he desafiado a hacer cosas que todos me decían que no iba a ser capaz así de rápido y no alcanzo aún los dos meses de operada. Me siento con miedos y aprensiones, pero capaz de superar esta etapa, casi como si estuviera en uno más de mis entrenamientos deportivos o incluso en el taller de ballet.
La constancia y la disciplina que aprendí por tantos años hoy es necesaria para recuperarme como las vasijas de loza china que se rompen y se pegan con soldadura de oro.
Y así hoy saliendo de mi terapia, con algo de hambre y más de dos horas de tiempo de espera para que me vengan a recoger, me tome un espacio de descanso para disfrutar de una cotidiana tarde de verano, del aire caliente, de simplemente un té negro y un sándwich en la cafetería de la clínica, rodando con la silla y con los bastones y mi bolso mientras la gente horrorizada me pregunta que si ando solita, con ese tono de pobrecita menesterosa que en realidad no es para mi. Y a mi me da un poco de risa decir que si.
Si, viajo sola y este es solo otro viaje mas.

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